Hoy os presentamos una verdura, que siempre esta presente en el huerto de Casa Rural «Los Frutales», en epoca de primavera-verano. ¿Quereis conocer sus cualidades y su cultivo?
El alficoz es el fruto de una planta herbácea de la familia de las Cucurbitáceas, como el melón o el pepino. Aunque en su caso pertenece mas al género del melón.
Es originario del Oriente Medio y en España se cultiva preferentemente en Alicante, Murcia y Valencia
Como hemos dicho, aunque su aspecto, textura y sabor son mas similares a los del pepino, botánicamente hablando es una variedad de melón, eso le da una diferencia característica frente al pepino, y es que carece de amargor. Su similitud con el melón son su interior con pepitas, a la vez que al madurar se vuelve anaranjado.
¿Cómo cultivar el Alficoz?
El Alficoz es una hortaliza de fruto que se cultiva durante la primavera, recolectando desde finales de la misma hasta principios de otoño, tanto en semilla como en plantón. El Alficoz se irá desarrollando de forma similar a como lo hace una planta de Melón o Pepino y por tanto irá creciendo y ramificándose en el tiempo. Sus frutos son alargados, finos y retorcidos y suelen tener una longitud aproximada de unos 70 centímetros.
Durante su cultivo, deberemos prestar especial atención a la posible aparición de pulgones, mosca blanca, orugas y araña roja, esta última en especial durante los meses más cálidos del año.
Propiedades
Destaca por su altísimo contenido en agua y por tanto resulta altamente refrescante, además de ser muy poco calórico.
El fruto, es fino, largo y retorcido, las piezas enteras son flexibles, lo que en un principio puede provocar la percepción de que su textura será blanda, pero una vez que se corta en rodajas, siendo así su forma habitual para consumo, disponemos de un bocado crujiente, este fruto debe presentar un color verde claro a la hora de adquirirlo en el mercado, porque una vez recolectado su evolución continúa y va oscureciéndose, esto es señal de que no son recién recolectados y empiezan a pasarse. Bien protegido se conservará en buenas condiciones en el frigorífico. Es un alimento con mucho arraigo en la Comunidad Valenciana, y Murciana, encontrándose en buena parte de las paradas de frutas y verduras ofrecen alficoces en esta época, pues se trata de una fruta de verano.
Su piel es rugosa, con surcos y con algo de vellosidad, no obstante, se suele consumir con piel tras su lavado, quedando una piel fina que apenas se aprecia en su degustación. Su interior es crujiente y de tono más claro, en el centro de la pulpa se concentran las semillas, aunque estas semillas casi no se aprecian.
El alficoz suele consumirse en ensaladas, aunque se compone principalmente de agua, y su aporte calórico ronda las 30 kcal. por cada 100 gramos, los alficoces proporcionan fibra, potasio, magnesio, calcio y hierro, entre otros minerales, además de vitaminas C y B. Entre las propiedades nutritivas destacamos el elevado contenido en ácido ascórbico y pequeñas cantidades de vitamina B. Entre los minerales, es rico en calcio, cloro, potasio y hierro. En esta hortaliza también encontramos magnesio, hierro, fósforo y zinc, aunque en pequeñas cantidades. Su aporte en vitamina C es muy importante, elemento esencial para el organismo por sus propiedades antioxidantes e inmunoprotectoras.
La composición equilibrada del alficoz lo convierte en un alimento:
Alcalinizante: neutraliza los efectos de los alimentos de reacción ácida (azúcar, carnes y comidas procesadas). Aunque no neutraliza cualquier cantidad de estos otros alimentos. Lo mejor es reducir su ingesta.
Depurativo: ayudando a la eliminación de sustancias perjudiciales, vía urinaria o a través de la piel. Perfecto para combatir los efectos de problemas de piel como dermatitis atópica o psoriasis.
Laxante: facilita la evacuación de las heces, gracias a la gran cantidad de agua presente en su composición y a la fibra soluble. Alimento recomendado en las dietas de quienes padecen estreñimiento o úlceras gastrointestinales.
Diurético: incrementando la producción de orina, por lo que se recomienda a personas que padecen cistitis, retención de líquidos, insuficiencia renal.
RECETAS
En Casa Rural «Los Frutales», solemos tomar el ALFICOZ, cortado a rodajas y alineafo con aceite de oliva y un toque de sal. Simple y sabroso. No obstante os adjunto otra receta:
ENSALADA MEDITERRÁNEA DE VERANO
Ingredientes (4 personas:
Un Alficoz
Un tomate
Una cebolla
Un pimento
Una zanahoria
Un calabacín
Aceitunas negras
Aceite de oliva virgen extra
Sal, pimienta negra, orégano
Preparación: Primero lava las verduras. Córtala en forma cubos el alficoz, el tomate y el pimiento. Corta también la cebolla a medias lunas y ralla la zanahoria y el calabacín. Después añadir todas las verduras en un bol, junto con las aceitunas.
Por otro lado, en un vaso mezcla el aceite de oliva, la sal, la pimienta y el orégano, y adereza la ensalada.
No te queda nada más que disfrutar de este plato tan veraniego, sano y refrescante que nos brinda nuestra tierra en este temporada del año.
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Hoy os presentamos, uno de los cultivos tradionales de la Primavera – Verano de Casa Rural «Los Frutales» en Llano de Brujas. Murcia.
El alficoz es el fruto de una planta herbácea de la familia de las Cucurbitáceas, como el melón o el pepino. Aunque en su caso pertenece mas al género del melón.
Es originario del Oriente Medio y en España se cultiva preferentemente en Alicante, Murcia y Valencia
Como hemos dicho, aunque su aspecto, textura y sabor son mas similares a los del pepino, botánicamente hablando es una variedad de melón, eso le da una diferencia característica frente al pepino, y es que carece de amargor. Su similitud con el melón son su interior con pepitas, a la vez que al madurar se vuelve anaranjado.
¿Cómo cultivar el Alficoz?
El Alficoz es una hortaliza de fruto que se cultiva durante la primavera, recolectando desde finales de la misma hasta principios de otoño, tanto en semilla como en plantón. El Alficoz se irá desarrollando de forma similar a como lo hace una planta de Melón o Pepino y por tanto irá creciendo y ramificándose en el tiempo. Sus frutos son alargados, finos y retorcidos y suelen tener una longitud aproximadade unos 70 centímetros.
Durante su cultivo, deberemos prestar especial atención a la posible aparición de pulgones, mosca blanca, orugas y araña roj, esta última en especial durante los meses más cálidos del año.
Propiedades:
Destaca por su altísimo contenido en agua y por tanto resulta altamente refrescante, además de ser muy poco calórico.
El fruto, es fino, largo y retorcido, las piezas enteras son flexibles, lo que en un principio puede provocar la percepción de que su textura será blanda, pero una vez que se corta en rodajas, siendo así su forma habitual para consumo, disponemos de un bocado crujiente, este fruto debe presentar un color verde claro a la hora de adquirirlo en el mercado, porque una vez recolectado su evolución continúa y va oscureciéndose, esto es señal de que no son recién recolectados y empiezan a pasarse. Bien protegido se conservará en buenas condiciones en el frigorífico. Es un alimento con mucho arraigo en la Comunidad Valenciana, y Murciana encontrándose en buena parte de las paradas de frutas y verduras ofrecen alficoces en esta época, pues se trata de una fruta de verano.
Su piel es rugosa, con surcos y con algo de vellosidad, no obstante, se suele consumir con piel tras su lavado, quedando una piel fina que apenas se aprecia en su degustación. Su interior es crujiente y de tono más claro, en el centro de la pulpa se concentran las semillas, aunque estas semillas casi no se aprecian.
El alficoz suele consumirse en ensaladas, aunque se compone principalmente de agua, y su aporte calórico ronda las 30 kcal. por cada 100 gramos, los alficoces proporcionan fibra, potasio, magnesio, calcio y hierro, entre otros minerales, además de vitaminas C y B. Entre las propiedades nutritivas destacamos el elevado contenido en ácido ascórbico y pequeñas cantidades de vitamina B. Entre los minerales, es rico en calcio, cloro, potasio y hierro. En esta hortaliza también encontramos magnesio, hierro, fósforo y zinc, aunque en pequeñas cantidades. Su aporte en vitamina C es muy importante, elemento esencial para el organismo por sus propiedades antioxidantes e inmunoprotectoras.
La composición equilibrada del alficoz lo convierte en un alimento:
Alcalinizante: neutraliza los efectos de los alimentos de reacción ácida (azúcar, carnes y comidas procesadas). Aunque no neutraliza cualquier cantidad de estos otros alimentos. Lo mejor es reducir su ingesta.
Depurativo: ayudando a la eliminación de sustancias perjudiciales, vía urinaria o a través de la piel. Perfecto para combatir los efectos de problemas de piel como dermatitis atópica o psoriasis.
Laxante: facilita la evacuación de las heces, gracias a la gran cantidad de agua presente en su composición y a la fibra soluble. Alimento recomendado en las dietas de quienes padecen estreñimiento o úlceras gastrointestinales.
Diurético: incrementando la producción de orina, por lo que se recomienda a personas que padecen cistitis, retención de líquidos, insuficiencia renal.
RECETAS
ENSALADA MEDITERRÁNEA DE VERANO
Ingredientes (4 personas:
Un Alficoz
Un tomate
Una cebolla
Un pimento
Una zanahoria
Un calabacín
Aceitunas negras
Aceite de oliva virgen extra
Sal, pimienta negra, orégano
Preparación:
Primero lava las verduras. Córtala en forma cubos el alficoz, el tomate y el pimiento. Corta también la cebolla a medias lunas y ralla la zanahoria y el calabacín. Después añadir todas las verduras en un bol, junto con las aceitunas.
Por otro lado, en un vaso mezcla el aceite de oliva, la sal, la pimienta y el orégano, y adereza la ensalada.
No te queda nada más que disfrutar de este plato tan veraniego, sano y refrescante que nos brinda nuestra tierra en este temporada del año.
Acequia de Aljufía, con bosque de ribera protegido
Noe López / Murcia
En el siglo X, los árabes crearon en
Murcia un prodigioso sistema de riego. Con el azud de la contraparada,
dominaron las aguas del Segura y tejieron una red de acequias que
abastecía los campos hasta a 27 kilómetros de distancia. Hubo un tiempo
en que los reyes bebían de este agua. Surtían con ella sus palacios.
Hoy, en cambio, es fácil ver peces muertos y basura. La huerta lucha por
encontrar un modo de supervivencia en el siglo XXI, sobreponerse al
abandono de la agricultura tradicional.
“Creemos que
existe peligro real de que la huerta desaparezca”, alerta Sergio
Pacheco, presidente de la Asociación para la Conservación de la Huerta
de Murcia (Huermur).
“Hemos llegado a un punto en que la huerta podría
desaparecer”, coincide Isabel Muñoz Vidal, técnica de la asociación
agroecológica El Verdecillo.
“No creo que la huerta
desaparezca, pero el estado es desolador y la calidad ambiental
agoniza”, evalúa Paz Parrondo, bióloga especialista en conservación
natural de la asociación Columbares, quien añade: “Cada vez que salimos a
tomar muestras volvemos descorazonados. Al final lo que tendremos es
una red insalubre, sucia, con química. ¿Y de qué sirve una huerta de la
que no te puedes fiar?”
La Junta de Hacendados es la
entidad que reúne a los 20.400 regantes de la huerta que, con sus 952
km2, se extiende a Murcia, Santomera, Alcantarilla y Beniel. La Junta es
responsable de la distribución y administración del agua.
Su
presidente, Diego Frutos, declara: “La huerta no va a desaparecer
mientras haya huertanos. Ellos son quienes la van siempre a salvar. Pero
la huerta no puede ser un museo. Es un ente de producción, propiedad de
los huertanos. Siempre lo ha sido y hay que procurar que lo siga
siendo”.
Reconoce que la situación “no es tan buena
como quisiéramos, ni tan mala”. Y señala que, “en un 80%, la huerta
sigue activa. No se ha perdido la actividad agrícola, pese a que las
edificaciones nos están comiendo terreno”.
Como un sistema arterial
El
sistema concebido por los ingenieros árabes consistía en desviar desde
el azud (presa de poco tamaño) de la Contraparada las aguas del río a
las dos acequias mayores: Aljufía, o del Norte, y Alquibla, o del
Mediodía. Éstas se distribuyen a su vez en una red de más de cuarenta
acequias menores que también se subdividen en hijuelas, brazales y
regaderas.
Mediante un sistema de aceñas, norias y azudes, se lograba salvar los desniveles y llevar el agua hasta las zonas más alejadas.
“La
red de riego de la huerta de Murcia funciona como un sistema arterial
cuyo corazón está en la contraparada”, describe Sergio Pacheco.
El problema es que las acequias han caído en el abandono y, como dice Sergio Pacheco, “acequias y huerta son uno”.
Por muchas el agua no corre, obturadas por desechos y especies vegetales invasivas como la caña.
Algunas no han sido limpiadas en décadas.
“De
momento el sistema de riego funciona bien, aunque hay zonas adonde el
agua no llega, o sólo se puede regar una vez al mes, sobre todo en la
parte baja: Zeneta, el Esparragal…”, explica Pacheco.
Según Huermur, esta escasez de riego lleva a muchos a dejar de plantar, y la tierra queda abandonada.
El
huertano Pablo Pineda declara: “Al haber cada vez menos gente que
cultiva, las acequias se usan cada vez menos. Con la muerte de la
huerta, mueren las acequias”.
Sillares desprendidos en la contraparada
Noe López / Murcia
La monda
Antiguamente,
eran los propios huertanos quienes se encargaban de la limpieza de las
acequias, llamada monda. Se repartían la tarea entre ellos de acuerdo
con su responsabilidad, la tierra que tenían.
Pero los
tiempos han cambiado. En la actualidad, sólo el 20% de los huertanos,
tiene la agricultura como actividad económica principal.
“El
método de partir las propiedades para heredar ha hecho que la huerta
haya quedado dividida en parcelas muy pequeñas, de las que no se puede
vivir”, explica Diego Frutos.
Quienes cultivan lo
hacen, principalmente, “porque lo hacían sus padres y sus abuelos y le
tienen gran cariño. Pero son gente que ha estudiado y tiene otras
profesiones. El oficio de huertano es muy sacrificado”.
Por tanto, hoy los huertanos ya no se organizan para limpiar las acequias, lo que es fundamental para la salud de éstas.
La
Junta de Hacendados trata de suplir esta función. Sin embargo, basta un
paseo por la huerta para comprobar que resulta insuficiente.
Por
otra parte, Huermur critica el modo en que la limpieza se lleva a cabo:
“Tendría que vaciarse el cauce y hacer la monda a mano, mediante
cuadrillas de veinte personas, y con la supervisión de un biólogo y un
arqueólogo. En vez de eso, un obrero mete la pala mecánica sin
miramiento por el patrimonio ni la biodiversidad”.
Acequias como vertederos
“El
sistema de acequias de Murcia va mucho más allá del uso agrario”,
afirma José Antonio Moreno Micol, de Huerta Viva. “Contribuye a crear un
microclima, refresca, modera el agua de las ramblas, mitigando las
inundaciones cuando vienen crecidas. Sin las acequias, Murcia no
existiría. Sería imposible vivir aquí”.
Muchos, sin embargo, parecen haber olvidado esto, incluso los que viven en la propia huerta:
Hace
unas semanas, fotografías distribuidas por Columbares mostraban varias
acequias llenas de basura y de peces muertos en la zona de La Arboleja,
Aljucer y Barreras.
“Te asomas a la acequia y te encuentras botellas, sillones, bicicletas, neveras…”, lamenta Isabel Muñoz Vidal, de El Verdecillo.
Denuncia también la existencia de viviendas ilegales que emplean las acequias como desagüe.
“Hoy,
que hay más posibilidad de tener una educación, civismo, la gente
parece haberse ido justo a lo contrario”, lamenta el presidente de la
Junta de Hacendados, Diego Frutos.
Huermur, por su
parte, critica la impunidad de industrias que arrojan sus vertidos a las
acequias con tanta desenvoltura que incluso abren canalizaciones al
sistema de regadío para hacerlo.
“Da horror pensar que con esto se riega lo que la gente come”, manifiesta la bióloga Paz Parrondo.
Paraíso… de ratas
“Llevo
toda la vida aquí y he podido ver el deterioro tan grande que se ha
producido”, afirma Isabel. “Hay sitios que antes eran maravillosos: Te
sentabas a la sombra y era como estar en el paraíso. Ahora vas y te
comen las ratas”.
El deterioro de las acequias va
parejo al del paisaje. Éstas constituyen un ecosistema que da cobijo a
numerosísimas especies animales y vegetales. La contaminación y el
abandono han puesto en severo peligro la supervivencia de muchas de
ellas. Otras, ya han desaparecido.
A quien se asoma a las acequias hoy le parece increíble que hace apenas unas décadas se pudiese pescar en ellas sin reparo.
La
buena noticia es que, en los últimos tiempos, algunos de sus
tradicionales habitantes han regresado: Columbares ha detectado la
presencia de barbos, galápagos leprosos, ranas e incluso anguilas. Es
frecuente ver carpas.
Sin duda, los más venerables
habitantes de las acequias son los álamos y los olmos, que pueden vivir
más de 500 años y que fueron traídos a Murcia por los romanos.
Pero
ni la venerabilidad, y ni siquiera la protección legal de que gozan,
impide las talas ilegales que Huermur ha denunciado en diversas
ocasiones.
Estos árboles, junto con moreras, laureles y adelfas, constituyen la flora tradicional de la huerta.
“Álamos
y olmos sostienen la tierra de los márgenes”, explica José Antonio
Moreno Micol. “Los bosques de ribera son fundamentales para la
pervivencia de las acequias”.
Además, los olmos, al
proyectar sombra y fijar el suelo con sus raíces, impiden la
proliferación de una especie que se ha convertido en un grave problema:
la caña.
La invasión de las cañas
“Cuando
yo era pequeña, en la huerta usábamos la caña para todo. Hasta para
hacer cuchillos con los que partíamos el tocino, pelábamos los higos y
cortábamos casi cualquier cosa. También se utilizaba para la
construcción, los techos de las casas…”
Este relato de
Francisca Marín, de 86 años, sobre su infancia en Torreagüera habla de
un mundo agrícola hoy desaparecido en el que la caña resultaba de gran
utilidad.
Hoy, sin embargo, este culmo leñoso procedente de Asia se ha vuelto un problema.
Al
haber caído en desuso, crece de manera descontrolada. Forma espesos
cañaverales que obturan las acequias e impiden la proliferación de otras
especies vegetales e incluso animales.
“La caña
transpira seis veces más que un árbol”, revela David Verdiell, técnico
de Columbares, “con lo que consume mucha más agua, en un entorno donde
ésta escasea”.
La sequedad de los cañaverales en
verano los convierte también en nido de incendios: “En Guadalupe los hay
todos los veranos”, advierte el biólogo.
No se trata
de erradicar esta especie, puesto que los cañedos son lugar de
nidificación de las aves, sino de establecer un mayor y estricto
control.
Entubamientos
Es
domingo por la mañana. Una veintena de voluntarios se ha reunido en
Guadalupe para participar en una actividad de mantenimiento del bosque
de ribera organizada por Huerta Viva, Columbares y la Junta Municipal de
esta pedanía.
En el camino, parcelas cultivadas se alternan con otras abandonadas, y algún viejo molino en ruinas.
La
ruta avanza sobre la acequia de Churra la Vieja. Donde en otro tiempo
hubo un curso de agua, el caudal discurre hoy soterrado, invisible a los
ojos. La acequia ha sido entubada y una carretera pasa sobre ella.
No
muy lejos, discurre la de Alfatego, sin entubar, con la ribera
custodiada por estupendos olmos, rebosante. El contraste paisajístico es
total.
“Las acequias deben ser de tierra, no de hormigón”, manifiesta José Antonio Moreno Micol.
Sin
embargo, esta no ha sido la política de la Junta de Hacendados en las
últimas décadas: Sólo en 2014, se entubaron siete kilómetros de regadío.
El
entubamiento de acequias es el asunto que más ásperamente enfrenta a la
Junta de Hacendados con asociaciones como Huermur y Huerta Viva.
Los
hacendados imponen una visión “práctica” del asunto: Alegan que así se
reducen los costes de mantenimiento, se incrementa el aprovechamiento
del agua y se evita el vertido de basuras.
Los
ecologistas (y huertanos ellos mismos), por contra, reclaman el
mantenimiento de las canalizaciones tal como siempre han sido: de tierra
o mampostería, para eludir la decadencia del paisaje y de la
biodiversidad. Reclaman también un mejor acondicionamiento de los
cauces.
“Una acequia hermosa, con vegetación, limpia”,
exige Sergio Pacheco, presidente de Huermur. “Como reza el dicho
huertano, el agua tienes que verla correr”.
“Por
sistema no queremos entubar las acequias, pero sí mejorarlas”,
contrapone Diego Frutos, presidente de los hacendados. “Lo que pasa es
que el regante quiere agua con el mínimo coste de mantenimiento y con el
máximo aprovechamiento. Pregúntales a los huertanos si están de acuerdo
o no”.
El entubamiento de las acequias se inició con el declive de la agricultura tradicional, sobre todo a partir de los años ochenta.
Estas
actuaciones, denuncian Huermur y Huerta Viva, se han llevado a cabo a
menudo de manera “oscura”. De hecho, ni siquiera requieren licencia
municipal, pese a las consecuencias que tienen sobre el medio ambiente o
el patrimonio arqueológico.
“A veces los propios
vecinos no entienden que queramos detener los entubamientos, porque les
dicen que es la única manera de acabar con los mosquitos, ratas y malos
olores”, explica Isabel Muñoz Vidal de El Verdecillo.
“Hay
acequias que no han sido limpiadas en décadas, y por eso algunos
huertanos prefieren que se las entube y olvidarse”, razona Pacheco en
este mismo sentido.
Se trata de un círculo vicioso: El
abandono de las acequias las convierte en un foco de problemas para los
vecinos. Este mismo abandono las hace inhabitables para flora y fauna.
Pero en vez de limpiarlas, se opta por el entubamiento, lo que garantiza
el regadío y acaba con los problemas de higiene, pero también con
plantas, animales… el ecosistema en sí.
Diego Frutos
reconoce el daño: “Es verdad que sin ribera no hay vegetación, y que hay
una pérdida en el medio ambiente, pero las dos cosas no pueden ser”.
Y
añade: “No soy amante de cimbrar las acequias, y de hecho creo que hay
que mantener algunos trozos, pero los regantes me lo exigen. Exigen que
les llegue el agua”.
Azarbe del bollo
Noelia López / Murcia
Valiosa agua
En
2014, la Conferencia Hidrográfica del Segura (CHS) sancionó a la UCAM
por extraer agua de las acequias para las obras de ampliación del campus
y a la Junta de Hacendados por conceder el permiso no siendo el
organismo competente. La denuncia fue interpuesta por Huermur.
Ese
mismo año, la Junta de Hacendados, entonces presidida por Sigifredo
Hernández, acordó la venta de diez millones de metros cúbicos de agua a
los campos de Águilas y Mazarrón. Pese a que el acuerdo contó con el
beneplácito del CHS, varias comunidades de regantes del Bajo Segura,
Ecologistas en Acción y Huermur se opusieron.
“Se
entuba por negocio, porque al no verse el agua, no controlas lo que pasa
por debajo, cuando tú pagas cuota y el agua es de todos”, denuncia
Isabel. “El agua no sobra y la venden”.
El propio actual presidente de la Junta, Diego Frutos, reconoce que “el mayor problema de la huerta es la carencia de agua”.
Para Sergio Pacheco existe un vínculo entre entubamientos y crecimiento urbanístico desbocado:
“Se entuba para urbanizar huerta, construir”, denuncia. “Y se ha hecho con impunidad, sin ningún respeto”.
“Se urbaniza destruyendo patrimonio”, declara José Antonio Moreno Micol.
El
proteger la huerta, por ejemplo, convirtiéndola en Parque Regional o
sometiéndola a otro régimen de protección ni se sueña, “porque eso haría
difícil construir en ella”, considera Paz Parrondo. “La huerta no tiene
protección a efectos prácticos. Aquí puedes hacer lo que quieras”.
Ruinas
A
comienzos de este año, saltó la alarma por el deterioro del que se
considera corazón de la huerta: la Contraparada, entre las pedanías de
Javalí Nuevo y Javalí Viejo.
Numerosos sillares de la
presa de origen árabe (declarada Monumento Histórico Nacional y Bien de
Interés Cultural) aparecían desprendidos, rotos, amontonados.
Se
quiso culpar de ello a las abundantes lluvias de este invierno. Sin
embargo, los alcaldes pedáneos de Javalí Viejo, José Francisco Navarro, y
de Javalí Nuevo, María Jesús Barquero, declararon que la causa no es la
lluvia “sino el dejar de hacer un mantenimiento constante. Llevamos por
lo menos diez años sin ver por aquí trabajos de limpieza y de
conservación”.
En efecto, en el entorno de la contraparada la basura se amontona y los cañaverales forman auténticos bosques.
Este estado de abandono es el reflejo de lo que sucede en el resto de la huerta.
“La contraparada se está derrumbando. Si la presa se cae, las acequias se quedan sin agua”, alerta Sergio Pacheco.
A
mediados de enero, Huermur denunció la demolición, no muy lejos de
allí, de un tramo del acueducto de los Felices (siglo XVII). Los
desperfectos se produjeron accidentalmente, al parecer, durante las
labores de limpieza de la acequia inmediata. De nada le sirvió al viejo
acueducto la categoría de Bien Inventariado que lo protege.
“Molinos,
puentes, presas, azudes… patrimonio del XVIII y XIX, incluso romano y
árabe… Está todo en estado muy deficiente, sin protección legal en
algunos casos”, denuncia Sergio Pacheco. “La lucha judicial es
fundamental”.
En 2014, el entonces presidente de la
Junta de Hacendados, Sigifredo Hernández, fue condenado por un delito
imprudente contra el patrimonio histórico por el derribo del molino de
Oliver en Aljucer, en 2008. Se le impuso una multa de 900 euros y una
indemnización de 3.000 euros. La denuncia fue interpuesta por Huermur.
El
actual presidente de la Junta, considera “lamentable” la “desaparición”
del histórico molino, pero recuerda que éste se hallaba “en un estado
pésimo, de ruina, y nadie hizo nada para remediarlo. Sólo luego se nos
criticó, que es muy fácil”.
A menudo se acusa a la
Junta de Hacendados de insensibilidad hacia el valor patrimonial de la
huerta. Diego Frutos lo rebate: “Eso son interpretaciones de quienes no
conocen al huertano ni a la Junta de Hacendados. Muchos de los molinos,
que tienen sus propietarios, dejaron de ser rentables por la evolución
de la agricultura. Se han deteriorado y desaparecido. Somos los primeros
que lo lamentan, pero es así”.
“Se equivoca quien
mide las acequias sólo por su uso agrícola”, contrapone José Antonio
Moreno Micol. “Vienen del siglo X, de Al-Ándalus, y siguen en uso.
Tienen un gran valor arqueológico”.
“No digo que no
tengan razón”, concede Diego Frutos. “Valoramos el patrimonio. Pero no
tenemos medios ni dinero. El problema es económico. Y de ello deberían
responsabilizarse otros estamentos”.
Cartón piedra
“El Ayuntamiento hace actuaciones aisladas que no solucionan el problema de raíz”, afirma el presidente de Huermur.
Considera
que debería incrementarse la vigilancia, reducirse el IBI y desarrollar
un plan integral y efectivo, “y no políticas de cartón piedra”.
“Los
políticos a menudo no tratan la huerta como lo que es: un cinturón
verde que protege la ciudad de la desertificación. Se quedan en la
barraca, la morcilla, se hacen la foto y se van”, lamenta.
Sin
embargo, “aunque a veces es chocarse contra un muro y entonces nos toca
ir al juzgado”, califica la actitud de los gobiernos local y autonómico
de, “en general, buena”.
“Después de tantos años de
inmovilidad, es muy difícil hacer cambiar de actitud al Ayuntamiento”,
declara Isabel Muñoz Vidal. “Se sigue construyendo, sigue habiendo naves
ilegales, se caen las acequias y no se reparan, y si se hace es con
hormigón. Tampoco se fomenta una educación de base”.
Considera
que deberían buscarse fórmulas, como convertir la huerta en parque
regional, o recuperar la figura del guarda de acequia.
“Es
necesario que las instituciones dejen de vender humo y se sienten con
sinceridad a escuchar propuestas y ponerlas en práctica”, afirma. “Pero
es difícil porque quienes tienen poder de decisión no son gente de
huerta, y no se dejan asesorar”.
Paz Parrondo de
Columbares considera también que se requiere “más implicación de la
administración en la protección del patrimonio, en la limpieza de las
acequias y en la concienciación ecológica de la gente que vive en la
huerta”.
Resalta, por otra parte, el creciente interés de las juntas municipales de las pedanías.
Cañaverales en las inmediaciones de la contraparada
Noe López / Murcia
Reacción
“Tras
años de locura colectiva, de entubamientos y destrucción del
patrimonio, ahora hay por fin una reacción”, valora Sergio Pacheco. “Los
partidos empiezan a movilizarse. Hasta el PP lleva en su programa la
protección del patrimonio”.
En ello tiene mucho que ver el auge de nuevas fuerzas políticas, como Cambiemos Murcia, muy reivindicativas en lo ecológico.
“Cada
vez hay más gente joven que toma conciencia de la importancia de la
huerta”, declara Parrondo. “Aparecen entidades sociales, movimientos
vecinales”.
Raro es el fin de semana en que no se
organiza alguna actividad de ocio o de voluntariado por la huerta. Los
grupos de WhatsApp y las redes sociales esparcen los mensajes e
iniciativas. Sirven también de altavoz a las denuncias.
Columbares
ha puesto en marcha el Proyecto Acequias Vivas para la recuperación de
acequias, flora y fauna. En él colaboran el Ayuntamiento, la Universidad
de Murcia y, de momento, las juntas municipales del barrio el Progreso,
la Arboleja, Rincón de Beniscornia, Algezares, Guadalupe, Aljucer y
Monteagudo, aunque ya hay más pedanías interesadas.
Huermur,
a quien el ex presidente de la Junta de Hacendados, Sigifredo
Hernández, calificó de “movimiento callejero”, surgió en 2007: “Somos
arquitectos, biólogos, abogados, huertanos, vecinos… gente que protege
sus raíces”, afirma Sergio Pacheco.
Huerta Viva se
crea en 2008. Se define como “asociación sin ánimo de lucro cuya razón
de ser es la defensa de la huerta. Trabajamos en la protección,
conservación y divulgación de sus valores culturales, naturales y
paisajísticos”.
Isabel Muñoz Vidal explica qué es la
asociación agroecológica El Verdecillo: “Cultivamos huertos urbanos en
la Arboleja, que se riegan con las acequias de aquí. Nuestra batalla es
que se puede revertir el actual declive. Es verdad que ha habido un
cambio de sensibilidad, que mucha gente vuelve a la huerta, la respeta.
Pero esto es una lucha constante, a veces con los propios vecinos”.
Cuando el agua venía limpia
“Cuando
yo era pequeña, la gente recogía el agua de la acequia y con ella
lavábamos la casa. Era agua del río, venía limpia que hasta te podías
bañar. También limpiábamos la ropa, en el lavador, con la misma agua, y
con jabón hecho en casa con aceite y sosa. Ahora, ni un agua de la
acequia viene limpia”.
Son los recuerdos de Francisca Marín, de 86 años. ¿Se podrá recuperar un ápice de aquello?
Antes de que existieran la televisión, el asfalto, el tráfico viario y
las videoconsolas, los niños y los mayores jugaban en las plazas y
calles de los pueblos y ciudades a un innumerable conjunto de juegos
tradicionales.
Estos juegos iban unidos a la cultura de los pueblos, a su
historia, incluso a lo mágico, el arte, la lengua, la literatura o las
costumbres. El juego servía como vínculo y cercanía entre las personas y
las civilizaciones.
Los juegos tradicionales han abarcado todas las cualidades y
el desarrollo social del ser humano. Juegos de habilidad para jóvenes,
de flexibilidad, de fuerza para niños, de aprendizaje, de evaluación de
lo aprendido, o de simple entretenimiento, han servido para que mayores y
pequeños se divirtieran juntos y por separado.
EL CALICHE
Se juega en un campo de tierra apisonada de 35 metros de largo por 6 de ancho.
Elementos del juego: los moneos y el caliche.
El Caliche es una pieza cilíndrica de
madera. Tiene aproximadamente 20 cm de altura por 3 de diámetro. Se
coloca de pie. Sobre él se ubican las monedas que consideren oportunas
los jugadores.
Los moneos son piezas de metal, normalmente
cuadradas con los bordes redondeados (aunque también pueden ser
redondas). Con estos moneos se deberá tirar al suelo el caliche.
Los jugadores: suele jugarse por parejas, con un máximo de 3.
Inicio del juego: Cada miembro de la pareja
lanza un moneo desde un punto determinado del campo hasta la línea de
salida. Quien queda más cerca sale.
Desarrollo: Los jugadores lanzan por turnos
moneos para derribar el caliche. Si éste es derribado, pero queda más
cerca de las monedas que el moneo, se considera una ‘ganga’. El juego no
ha finalizado. En ese caso, se debe lanzar para dejar tu moneo más
cerca (si no se es pareja de quien ha derribado el caliche), o lanzar el
moneo para alejar el caliche de las monedas, dejando de este modo el
primer moneo más cerca de las monedas (si eres pareja de quien derribó
el caliche).
Conclusión del juego: el juego se puede finalizar cada mano jugada, o se pueden poner un número determinado de manos a ganar por una pareja.
EL JUEGO DE LOS BOLOS
La entrada del juego de los bolos en la Península Ibérica tuvo lugar por el Camino de Santiago, al igual que muchos otros elementos de la cultura de los países centroeuropeos. El paso del tiempo ha ido transformando las reglas del juego. De esta manera, en la Región de Murcia se dan principalmente dos juegos de bolos: Bolos Cartageneros y Bolos Huertanos.
Bolos Cartageneros
Se practican sobre todo en Cartagena y La Unión.
El campo de juego se llama ‘boliche’. Debe ser duro y sin
elementos que puedan perturbar el correr de los bolos. Sus dimensiones
serán: 100 pasos de largo por seis de ancho.
Elementos del terreno de juego:
La chamba: se trata de una línea recta que señala el lugar del terreno de juego, que deben rebasar todas las bolas que se lanzan.
El birlaero: se encuentra situado detrás de
la chamba. Nunca se podrá hacer encima o antes de la misma. Consiste en
una circunferencia de 8 a 12 cm. de diámetro.
Los bolos: nueve bolos de madera que no sobrepasan los 35 cm. de alto, de base y punta afilada. Se colocan formando tres filas rectas.
Las bolas: son esféricas, de madera de
jinjolero dura y con poco peso. Su diámetro no puede superar los 115 cm.
Cada equipo dispondrá de 7 bolas.
El mande: el lugar desde donde todos los
jugadores efectuarán sus lanzamientos. Deberá ser una circunferencia de
un mínimo de ocho centímetros.
El lanzamiento de la bola: puede hacerse ‘a
yema’ (a la derecha y sin efecto), ‘a margarita’ (imprimiendo efecto con
el dedo meñique) o ‘a gordo’ (si el tiro se produce con el dedo
pulgar).
Desarrollo del juego:
Un encuentro consta de dos partidas:
Para ganar una partida es necesario anotarse 6 juegos.
Para ganar un juego es necesario derribar un bolo más que el equipo contrario.
Compiten siempre dos equipos de 4 o 6 jugadores cada uno, más un capitán o ‘manilla’.
Bolos Huertanos
Existen dentro de la Huerta de Murcia muchas maneras distintas de practicar este juego. Una de ellas es la siguiente:
Se juega sobre un campo de tierra apisonada, llamado carril,
de forma rectangular y con un largo de 35 a 40 m. por 4 ó 5 m. de ancho.
Los elementos de juego son: los bolos y las bolas.
Los bolos: se trata de maderos alargados de
68 a 75 cm de altura, con una base de 6 a 8 cm y un diámetro de cúspide
de 2 a 2,5 cm. En cada partido se dispone de 6 ó 9 bolos.
Las bolas: de madera dura de olivera.
Duración de los partidos: el tiempo necesario para que los equipos consigan el número de manos fijadas por la federación.
Los jugadores: tres por equipo, y dos cuando es por parejas.
Inicio del juego: el juego comienza con un lanzamiento por parte de los jugadores de las bolas.
Jugadas más comunes: el ‘mande’, la ‘birla’, ‘a vueltas’, ‘las mudas’ y ‘a copas’.
¿Quién es el ‘manilla’?: es el capitán del equipo y el que decide en cada jugada el tiro mas adecuado.
En Murcia funciona la Federación Territorial de Bolos de la Región Murciana, que agrupa a un centenar de clubes.
LA PETANCA
Aparentemente es un juego muy simple, ya que se trata de
tirar una bola lo más cerca posible de un objetivo que suele llamarse
boliche o bolín.
Origen: parece que los juegos de bolas se
remontan varios miles de años atrás en el tiempo. En Europa se tienen
constancia de juegos en la Grecia Clásica y el la Antigua Roma. En un
tapiz del siglo XVI, en el Escorial, se muestra a varios cortesanos
compitiendo bolas en mano. En la Francia de finales del XIX y primeros
del XX se practica el juego provenzal en casi todas las plazas de los
pueblos. Por estas fechas aún se tomaba carrerilla para tirar las bolas.
En 1907 nacerá el juego sin impulso, el ‘Pieds Tanquees’, o
pies juntos. De esta expresión deriva el nombre actual del juego: La
Petanca.
Terreno de juego: 15 metros de largo por 4 de ancho.
Elementos del juego: las bolas y el boliche.
Las bolas han de ser metálicas, con un diámetro comprendido
entre los 7,05 y los 8 centímetros y un peso de 650 gramos como mínimo y
800 como máximo.
El boliche debe ser de madera y su diámetro ha de estar comprendido entre 25 y 35 milímetros.
Los jugadores: pueden ser dos (uno contra otro), o por equipos de dos contra dos (dupletas) o tres contra tres (tripletas).
Desarrollo de las partidas: suelen jugarse a
13 puntos en terreno libre o bien dentro de una pista delimitada. El
punto pertenece a la bola más próxima al boliche. El adversario debe
continuar jugando sus bolas hasta que recupere el punto, es decir,
coloque su bola más cerca del boliche.
Cada bola de un mismo equipo, si ninguna bola del equipo
contrario está más cerca del objetivo, cuenta como un punto, y estos
puntos se cuentan al final de cada tirada, es decir, cuando se han
jugado o tirado todas las bolas.
Formas de lanzar las bolas. Hay dos maneras
de tirar las bolas y son muy diferentes entre ellas, hasta el punto de
convertirse, entre determinados campeones, en verdaderas especialidades:
Apuntar. Es tirar la bola con cuidado, tratando de acercarse lo máximo posible al boliche.
Tirar. Es lanzar la bola con cierta fuerza para apartar una bola contraria , golpeándola.
El juego no parece muy difícil, pero no hay que confiarse de
esta apariencia pues hay sutilidades en la manera de tirar las bolas, en
la elección de lo que se tiene que hacer en el momento adecuado y en la
determinación de una táctica y de una estrategia.
La Petanca es más compleja de lo que parece y para disfrutar de ella plenamente hay que penetrar en sus secretos.
Todos los años, el 1 de Mayo, se celebra el día de la petanca en Alcantarilla,
aunque es jugada en numerosos rincones de la Región de Murcia como La
Palma, Los Alcázares, Los Camachos o Molino del Fomentapor.
El traje tradicional
huertano refleja los condicionamientos que imponían los factores
geográficos y climáticos, lo que determina el tipo de tejido y la medida
de mangas y pantalones.
Vestimenta femenina
Las prendas interiores de la mujer huertana son la camisa,
los pantalones, el armador o corpiño, cubierto con cubrecorsé y las
enaguas, cuyo número y calidad venían determinados por la estación del
año.
Para protegerse del frío, la huertana llevaba una fratiquera
que era como una chaquetilla de mangas largas, generalmente de
terciopelo o raso negro.
Los peinados característicos de la mujer huertana son el moño
de picaporte o moño de ocho ramales sujeto con un lazo de terciopelo
negro; y el peinado redondo, con raya en medio y pelo recogido detrás en
un moño redondo o rodete.
Vestimenta masculina
Las prendas exteriores eran la chambra o blusa de batista o lino blanco, el corpiño, de raso y terciopelo negro el de diario, y de raso crema o blanco con bordados de lentejuelas y cuentas de cristal, el de fiesta. Sobre los hombros caía el mantoncillo y en el traje de lujo se empleaba la mantela. La prenda más vistosa del traje femenino es el refajo o falda, casi siempre hecha de paño o bayeta de lana. Sobre ésta caía el delantal.
Es más sencillo que el femenino y consta de camisón, chaleco,
zaragüeles y faja en el traje de faena, y el dolmán o pantalón,
sustituyendo al zaragüel, en el de lujo.
Como complementos destacan las alforjas de mano, las
calcetas, las esparteñas como calzado de trabajo y el alpargate para los
domingos. Para la cabeza, un pañuelo de vivos colores, la montera de
terciopelo negro y para la fiesta el sombrero calañés. Los huertanos se
peinaban con el pelo muy corto sobre el cráneo y un poco más largo y
rizado por los lados. Su barba estuvo siempre bien afeitada.
La música y el baile en la Huerta de Murcia
La música y el baile siempre han estado omnipresentes en
todos los acontecimientos de la vida de los huertanos. Los caminos de la
Huerta estaban amenizados por los sonidos de la rondallas y los mozos
huertanos emplearon la malagueña llamada ‘de la madrugá’ para cortejar a
la moza de sus amores.
Para Bonifacio Gil el canto durante el trabajo es la perla
más valiosa del cante huertano, como aquella que cantaban mientras
encaramados en lo alto de la morera recogían sus frutos: ‘Er que está cogiendo hoja/ y no la sabe muñir/ los borrones’ eja ciegos’/ y no ‘guerven’ salir’.
El baile alegraba las fiestas de la sociedad murciana, jotas,
malagueñas y, especialmente, parrandas eran interpretadas por parejas
de bailarines y cantadas por hombres y mujeres.
El noviazgo y la boda
El mozo que cortejaba a una moza a la que quería para novia,
debía primero obtener el consentimientos de los padres de ella. El joven
huertano entraba en la barraca de la novia diciendo ‘Dios guarde’ y
desde dentro provenía la contestación ‘Pasa alante’.
El ritual de aceptación del pretendiente se celebraba a la vera del tinajero, donde el mozo pedía permiso para beber en una de las jarras. Si la moza bebía en la misma jarra, significaba que daba su consentimiento al noviazgo y si tras ella bebía su padre, entonces el contrato prematrimonial quedaba formalizado.
El convite de boda se celebraba en casa de los padres de la
novia y al día siguiente tenía lugar la llamada ‘tornaboda’ en casa de
la familia del novio, donde se volvía a festejar el enlace.
Antes de la boda ya había quedado acordado el ajuar que cada
uno de los jóvenes iba a aportar al matrimonio. El ajuar de la novia
solía componerse de un tablado de la cama, colchones, tinajas para el
agua, un cantarero, espetera y artesa para amasar pan. El novio, por su
parte, ofrecía barraca, tierras, dinero y animales.
Las romerías huertanas
Los huertanos celebraban con especial devoción la Romería de la Fuensanta en el mes de septiembre. Por la mañana temprano acudían a la Catedral de Murcia para ver salir a su Virgen en romería hacia el eremitorio del monte, por el camino de Algezares.
En agosto caminaban en romería hasta el cercano pueblo de Monteagudo para acompañar a San Cayetano a su iglesia.
En el día de la Asunción, los huertanos se encaminaban a
bordo de carros hacia la playa de Los Alcázares para cumplir con el rito
de los novenarios, un ancestral rito que consistía en la toma de nueve
baños y que, según el clamor popular, garantizaban buena salud para el
resto del año.
Juegos populares
Los juegos más emblemáticos de la Huerta de Murcia son los bolos y el caliche.
Los Bolos murcianos gozan de mayor raigambre, y permite a los
mozos alardear de vigor físico. Consiste en lanzar unas bolas de madera
dura, de casi un kilogramo de peso, a veinte metros de distancia, donde
se encuentran los bolos.
El caliche es principalmente un juego de habilidad. El
caliche es un trozo de madera cilíndrica colocado en el centro de un
recuadro o círculo trazado en el suelo, y sobre el que se coloca el
dinero que se disputa. Para derribarlo se tiran unas piezas de hierro,
llamadas moneos. Si el caliche cae al golpe de la pieza y el dinero que
hay puesto encima del recuadro se sale fuera, se gana.
Durante los siglos VIII, IX y X la confluencia del Segura con el Guadalentín fue llenándose de alquerías, formándose la Huerta de Murcia en torno a la nueva capital. La red de acequias de la huerta es posterior al siglo XI, y su pleno desarrollo abarca desde este siglo hasta el XIII, coincidiendo con el auge de la ciudad y su conversión en una de las principales metrópolis del Al-Andalus.
El origen de estas alquerías estaría en
asentamientos de clanes y de determinados linajes musulmanes, como es el
caso de pedanías como Beniaján.
Los árabes desecaron las tierras
inundadas por el río y concibieron un sistema de riegos completo,
construyendo presas y azudes, canales y acequias, elevando el agua con
norias de madera y trasformando en regadío las fértiles tierras de la huerta.
De tal forma que en el siglo XIII los riegos de la Huerta de Murcia
aparecen estructurados como hoy los conocemos, aunque las obras de
mampostería son posteriores.
Aunque de origen romano, la presa de la Contraparada
fue perfeccionada por los árabes. La convirtieron en el punto de
partida de un sabio aprovechamiento de las aguas, que se introducen en
el valle. Allí se ramifican mediante acequias, riegan diversos puntos de
ambas márgenes del río, posibilitando, desde hace siglos, el cultivo de
frutales, cítricos y hortalizas.
Frisos almorávides de Monteagudo
En Murcia, las dos arterias de riego eran las acequias de la Aljufia y la Alquibla.
Con los árabes la huerta alcanza su mayor esplendor, poblándose de prósperos y fecundos rahales (caseríos).
Al-Maccari describe así esta huerta: En
torno del río hay huertos frondosos y norias de sonoros rumores y aves
cantoras y flores olorosas no conocidas. Es de las regiones más ricas en
frutos y toda suerte de plantas odoríferas, y su población, de la más
dada al esparcimiento, tiene en las cercanías lugares a propósito para
ello, por lo delicioso de los panoramas.
Mientras que la Huerta de Murcia se cuajaba de frutales y caseríos, el Campo Murciano,
presentaba una deficiente situación económica y escasa explotación por
la falta de población musulmana, debido a la geografía, clima y
desamparo en que se encontraban estas tierras, expuestas a toda clase de
incursiones armadas.
A partir de la reconquista castellana,
el Campo Murciano comenzará a verse salpicado de caseríos, diseminados
por las serranías y las tierras que descendían hasta el litoral
(actuales pedanías de Carrascoy-La Murta, Corvera, ValladolisesyLo Jurado, Baños y Mendigo, Los Martínez del Puerto, Gea y Truyols, Jerónimo y Avileses, Sucina y Lobosillo
Muchos de estos rahales (caseríos)
diseminados, pasaron a manos cristianas incluso antes del repartimiento
de tierras ordenado por Alfonso X el Sabio el 5 de junio de 1266.
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